jueves, 11 de marzo de 2010

Durs Grünbein


DE LOS AEROPUERTOS


Lugares que transitas consciente de tu meta
Sin pensar nada, flotante por ahí: como si aquí
No estuvieras ya casi allá. La puerta al reino de los cielos
Era entonces la del embarque que aún podías alcanzar.
Escaleras mecánicas. Viajeros fluctuando hacia uno y otro lado
Por sistema de tubos. Todo era transferencia, tránsito;
También el bar para tomar un capuchino a toda prisa.
Mas nada aquí apuntaba a un umbral secreto.
No la mirada al pasaporte. Tampoco la inspección
Del equipaje. Peleas y separaciones ocurrían en tierra.
Había registros y uno daba ahí las llaves y el reloj.
Sufría el alma: alguien toqueteaba su estatura.
En la sala de espera, inalcanzable ya, cambiaba el parecer.
Y entre llegadas y salidas se mezclaban horas del día
En la luz media general, que animaba a comprar.
El cuerpo, antes de ser catapultado por turbinas a las nubes,
Se daba largas con cosméticos, licores caros y bombones.
Casualidad que no quedara precintado, declarado en la aduana como momia.
Un hálito de Babilonia espira por los corredores. Políglota
Desorientado, alguien precisa de pantallas con indicaciones.
De un lugar así escápase el presente en forma de aire fresco.
Sólo queda un futuro que brama neutral con nombres numerados.
Entonces ve uno, a través de enormes ventanales panorámicos (¡Oh, Señor!):
El aeroplano, con sus alas gigantes, el autobús.
Las azafatas, sonriendo sibilinas, aguerridas, la huella negra
Del frenazo en el área de maniobra. Viva la muerte.



VON DEN FLUGHÄFEN

Dies sind die Orte, die man zielbewußt passiert,
Und denkt sich nichts und schwebt umher: als wär man hier
Nicht fast schon dort. Das Tor zum Himmelreich
War dann ein Flugsteig, den man eben noch erreichte.
Rolltreppen gab es, Reisegruppen wogten hin und her
Durch ein System von Röhren. Alles war Transit, Transfer;
Auch das Bistro für einen Cappuccino auf die schnelle.
Doch nichts hier deutete auf die geheime Schwelle.
Der Blick aufs Paßbild nicht und das Durchleuchtetwerden;
All die Schikanen, Trennungen geschahn auf Erden.
Da waren Schleusen, und man gab den Schlüssel ab, die Uhr.
Die Seele litt, denn jemand fummelte an der Statur.
Im Warteraum, schon unerreichbar, tauschte man die Seiten.
Und zwischen Ankunft, Abflug mischten sich die Tageszeiten
Zu einem allgemeinen Zwielicht, das zum kaufen animierte.
Der Körper, eh Turbinenkraft ihn wolkenwärts katapultiert,
Vertröstet mit Kosmetik sich, Pralinen, teurem Rum.
Nur Zufall, daß er nicht versiegelt wird, verzollt als Mumie.
Ein Hauch von Babylon weht durch die Hallen. Polyglott
Desorientiert, hat mit den Hinweistafeln mancher seine Not.
An solchem Ort entweicht die Gegenwart wie frische Luft
Und läßt nur Zukunft, die neutral wie Nummern Namen ruft.
Dann sah man sie, durch Panoramafenster groß (O Lord!):
Die Fähre mit den Riesenschwingen, den Transporter.
Die Stewardessen, sibyllinisch lächelnd, abgehärtet,
Die schwarze Bremsspur auf dem Rollfeld.
Viva la muerte.

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