miércoles, 13 de octubre de 2010

El hombre ha de poder tratar con la verdad - Ingeborg Bachmann


El escritor –y esto pertenece a su naturaleza– quiere encontrar oídos. Por eso le parece maravilloso cuando, un buen día, siente que ha hecho efecto –y aún más cuando piensa que, en general, puede decir poco que dé consuelo a quien lo necesita como sólo el ser humano puede necesitarlo: herido, lastimado y lleno del dolor más grande y secreto. Este dolor, que diferencia al hombre de los animales, es una marca terrible e inaprensible. Cuando hemos de llevarlo con nosotros y vivir con él, ¿cómo puede aparecer entonces el consuelo y qué puede él hacer en absoluto? Entonces, supongo, es inapropiado querer ponerlo por palabras. Sería como siempre apareció antes: demasiado pequeño, barato y provisional.

La labor del escritor tampoco puede ser, sin embargo, negar el dolor, borrar sus huellas o distraer del mismo. Debe, por el contrario, ser capaz de percibirlo y, de una vez por todas, para que podamos verlo, hacerlo perceptible. Porque todos queremos ver. Y cada dolor secreto nos torna susceptibles de experimentar algo con fuerza y, muy especialmente, la verdad. Cuando nos encontramos en ese estado de difícil claridad, en que el dolor aparece como algo constructivo, decimos muy sencilla y correctamente: me han abierto los ojos. Y decimos eso no por haber visto el exterior de una cosa o de un acontecimiento, sino porque hemos asimilado lo que no podíamos ver. A esto debería conducirnos el arte: a que, en este sentido, se nos abran los ojos.

El escritor –y esto también pertenece a su naturaleza– se dirige con todo su ser a un Tú, el del ser humano, al que quiere beneficiar con su experiencia de los seres humanos (o de las cosas, del mundo, de su tiempo, sí, ¡también de todo eso!), pero también, y muy especialmente, a hombres que podrían ser él mismo o los otros y donde él mismo y los otros se dan en su forma más humana. Con sus antenas estiradas, el escritor tantea la figura del mundo y los caminos de los hombres de su tiempo. ¿Qué se piensa, cómo se siente y cómo se trata con ello? ¿Cuáles son las pasiones, las atrofias, las esperanzas?

Cuando en mi obra radiofónica “El buen dios de Manhattan” todo son preguntas por el amor entre hombre y mujer y qué es eso, cuándo se termina, o cuánto puede llegar a ser, podría decirse: Pero esto es un caso límite. Esto va demasiado lejos...

Se da, en cualquier caso, también en lo más cotidiano, que en el amor -si miramos de cerca- podemos descubrir el caso límite, y quizá deberíamos esforzarnos para lograrlo. Pues en todo lo que hacemos, pensamos o sentimos, querríamos ir alguna vez hasta el extremo. El deseo nos despierta a que queramos sobrepasar los límites que nos son impuestos. Para no contradecirme, y decirlo más claramente, quisiera añadir que soy consciente de que debemos permanecer en el orden, que no es posible salir de la sociedad y que debemos ponernos a prueba los unos a los otros. Pero dentro de los límites, dirigimos la mirada a lo perfecto y acabado, a lo imposible, inalcanzable, ya sea en el amor, la libertad o en cualquier otra grandeza. En la inquietud por lo imposible desde lo posible expandimos nuestras posibilidades. Cultivando esta inquietud, esta relación de tensiones en la que crecemos, nos orientamos a una meta que, evidentemente, cuando nos acercamos a ella vuelve una vez más a distanciarse.

Así cómo los escritores intentan alentar a los otros hacia la verdad a través de representaciones, así lo alientan a él los otros cuando -a través del elogio o la crítica- le dan a entender que quieren acceder a la verdad con él y abrir los ojos. Porque el hombre ha de poder tratar con la verdad.

Quien no se cuente entre aquellos que han corrido la peor suerte haría mejor atestiguando que nuestra fuerza puede más que nuestra infelicidad, que quien está despojado de muchas cosas puede y sabe levantarse, que quien está desengañado –es decir, fuera del engaño- es capaz de vivir. Pienso que sí hay un tipo de orgullo permitido al ser humano: el orgullo de quien, en la oscuridad del mundo, nunca se rinde ni deja de mirar hacia lo recto.

Una pausa festiva entre dos trabajos, como la de hoy, es asímismo, un tiempo de reflexión. Me gustaría tomarme este tiempo para responder a las preguntas que quieran hacerme, y para las que siempre habrá nuevas tentativas y esfuerzos orientados a darles respuesta. Así, quiero dar las gracias por este honor a quienes lo han hecho hoy posible para mí. Porque cuando se expresa un agradecimiento, no quiere hacerse sólo de forma abstracta y general, sino dirigido también específicamente a quienes hacen posible o aligeran mi trabajo y el de tantos autores con su generosidad, a las estaciones alemanas de radiodifusión, a los oyentes que he encontrado, a los desconocidos, cuyo nombre no conozco; sobre todo a los ciegos de la guerra, quienes, más que nadie, regalan sus oídos a la palabra y cuya institución me ha honrado con la concesión de este premio.

Muchas gracias.



Die Wahrheit ist dem Menschen zumutbar - Ingeborg Bachmann

Der Schriftsteller –und das ist in seiner Natur– wünscht, sich Gehör zu verschaffen. Und doch erscheint es ihm eines Tages wunderbar, wenn er fühlt, daß er zu wirken vermag –um so mehr, wenn er wenig Tröstliches sagen kann vor Menschen, die des Trostes bedürftig sind, wie nur Menschen es sein können, verletzt, verwundet, und voll von dem großen geheimen Schmerz, mit dem der Mensch vor allen anderen Geschöpfen ausgezeichnet ist. Es ist eine unbgreifliche und schreckliche Auszeichnung. Wenn das so ist, daß wir sie tragen und mit ihr leben müssen, wie soll dann den Trost aussehen, und was soll er uns überhaupt? Dann ist es doch –meine ich- unangemessen, ihn durch Worte herstellen zu wollen. Es wäre ja wie immer er aussähe, zu klein, zu billig, zu vorläufig.

So kann es auch nicht die Aufgabe de Schriftstellers sein, den Schmerz zu leugnen, seine Spuren zu verwischen, über ihn hinwegzutäuschen. Er muß ihn, im Gegenteil, wahrhaben und noch einmal, damit wir sehen können, wahrmachen. Denn wir wollen alle sehend werden. Und jener geheime Schmerz macht uns erst für die Erfahrung empfindlich und insbesondere für die der Wahrheit. Wir sagen sehr einfach und richtig, wenn wir in diesen Zustand kommen, den hellen, wehen, in dem der Schmerz fruchtbar wird: Mir sind die Augen aufgegangen. Wir sagen das nicht, weil wir eine Sache oder einen Vorfall äußerlich wahrgenommen haben, sondern weil wir begreifen, was wir doch nicht sehen können. Und das sollte die Kunst zuwege bringen: daß uns, in diesem Sinne, die Augen aufgehen.

Der Schriftsteller –und das ist auch in seiner Natur– ist mit seinem ganzen Wesen auf ein Du gerichtet, auf den Menschen, dem er seine Erfahrung vom Menschen zukommen lassen möchte (oder seine Erfahrung der Dinge, der Welt und seiner Zeit, ja von all dem auch!), aber insbesondere vom Menschen, der er selber oder die anderen sein können und wo er selber und die anderen am meisten Mensch sind. Alle Fühler ausgestreckt, tastet er nach der Gestalt der Welt, nach den Zügen des Menschen in dieser Zeit. Wie wird gefühlt und was gedacht und wie gehandelt? Welche sind die Leidenschaften, die Verkümmerungen, die Hoffnungen…?

Wenn in meinem Hörspiel „Der gute Gott von Manhattan“ alle Fragen auf die nach der Liebe zwischen Mann und Frau und was sie ist, wie sie verläuft und wie wenig oder wie viel sein kann, hinauslaufen, so könnte man sagen: Aber das ist ein Grenzfall. Aber das geht zu weit…

Nun steckt aber in jedem Fall, auch im alltäglichsten, von Liebe der Grenzfall, den wir, bei näherem Zusehen, erblicken können und vielleicht uns bemühen sollten zu erblicken. Denn bei allem, was wir tun, denken und fühlen, möchten wir manchmal bis zum Äußersten gehen. Der Wunsch wird uns wach, die Grenzen zu überschreiten, die uns gesetzt sind. Nicht um mich zu widerrufen, sondern um es deutlicher zu ergänzen, möchte ich sagen: Es ist auch mir gewiß, daß wir in der Ordnung bleiben müssen, daß es den Austritt aus der Gesselschaft nicht gibt und wir uns ainander prüfen müssen. Innerhalb der Grenzen haben wir den Blick gerichtet auf das Vollkommene, das Unmögliche, Unerreichbare, sei es der Liebe, der Freiheit oder jeder reinen Größe. Im Widerspiel des Unmöglichen mit dem Möglichen erweitern wir unsere Möglichkeiten. Daß wir es erzeugen, dieses Spannungsverhältnis, an dem wir wachsen, darauf, meine ich, kommt es an: daß wir uns orientieren an einem Ziel, das freilich, wenn wir uns nähern, sich noch einmal entfernt.

Wie der Schriftsteller die anderen zur Wahrheit ermutigen versucht durch Darstellung, so ermutigen ihn die anderen, wenn sie ihm, durch Lob und Tadel, zu verstehen geben, daß sie die Wahrheit von ihm fordern und in den Stand kommen wollen, wo ihnen die Augen aufgehen. Die Wahrheit nämlich ist dem Menschen zumutbar.

Wer, wenn nicht diejenigen unter Ihnen, die ein schweres Los getroffen hat, könnte besser bezeugen, daß unsere Kraft weiter reicht als unser Unglück, daß man, um vieles beraubt, sich zu erheben weiß, daß man enttäuscht, und das heißt, ohne Täuschung, zu leben vermag. Ich glaube, daß dem Menschen eine Art des Stolzes erlaubt ist –der Stolz dessen, der in der Dunkelhaft der Welt nicht aufgibt und nicht aufhört, nach dem Rechten zu sehen.

Eine festliche Pause zwischen zwei Arbeiten, wie die heutige, ist zugleich eine Bedenkzeit; sofern sie meine Bedenkzeit ist, erbitte ich sie für die viele Fragen, die sie zu Recht noch stellen könnten und auf die erst immer neue Arbeiten und Bemühungen versuchen können, Antworten zu sein. So komme ich zum Dank für die Ehrung, die Sie mir heute widerfahren lassen. Weil man, seinen Dank sagt, es nicht nur im allgemeinen tun mag, will ich ihn richten an jene, die oft meine Arbeit und die so vieler Autoren erst ermöglicht oder erleichtert haben durch ihre Großzügigkeit, an die deutschen Rundfunkanstalten; darüber hinaus an die Hörer, die ich gefunden habe, die unbekannten, deren Namen ich nicht kenne; vor allem aber an die Kriegsblinden, die mehr noch als die anderen Gehör schenken dem Wort und die, als eine würdige Instanz, diesen Preis vergeben.

Ich danke Ihnen.

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